Exportemos bits, no manzanas
Donde me salgo de mi línea habitual y me aventuro a pisar algún charco hablando de política, economía, lobos y pepinos.
Si no has estado en coma toda la última semana, ya sabes que hay un país por ahí en el que están decididos a volver a la edad dorada del comercio internacional, a pesar de que esa edad dorada del comercio internacional nunca existió o, si existió, venía acompañada de escorbuto.
No voy a entrar aquí a discutir si esas sandeces medidas tienen sentido o no, o si la “fórmula matemática” utilizada es la mayor estupidez del universo conocido. Ya muchos lo han dejado claro, así que me estaría repitiendo.
Quiero centrarme en una cosa: la extraña obsesión de una parte del espectro político y social, allí y aquí, por lo tangible y lo convencional como únicos combustibles posibles para el crecimiento económico.
Que un tipo en un cierto puesto de responsabilidad monte un berrinche propio de un niño de cuatro años porque “nos venden más mercancías que las que nosotros les vendemos a ellos” ya es ridículo suficiente. Pero es de traca que, además, ignore voluntariamente que, si añadiera a su análisis los servicios, lo intangible, la imagen resultante sería drásticamente opuesta, obscenamente favorable a su lado. Cabría pensar que, en su cabeza, no hay capacidad para manejar lo abstracto, pero quizá es que sabe muy bien que es en las cabezas de otros donde no hay esa capacidad y, por eso, les habla en el idioma que sí pueden entender.
Ese ejercicio compartido de mediocridad intelectual solo puede surgir de la nostalgia por un pasado que se pretende ahora vender como mejor: un pasado de gente que hacía cosas con las manos y que doblaba la espalda más de lo que es sano. Una nostalgia que, curiosamente, resulta atractiva a muchos, muchísimos, que no saben usar sus manos para casi nada y, por supuesto, no doblan la espalda ni en pilates.
A mí, me provocan una pereza insondable quienes me venden para mi país un futuro con más granjas, más fábricas de ropa deportiva y más fábricas de tornillos.
Yo, para España, quiero un futuro con las granjas y los talleres de ropa que deba haber, las que el mercado competitivo1 soporte, ni una más. Seguramente, por mucho que escueza a algunos, eso significa alguna unidad menos que las que hay hoy, en varias de esas categorías.
De lo que quiero ver más, sin embargo, es de centros de investigación, de empresas de desarrollo de software, de laboratorios farmacéuticos, de grandes empresas financieras y de fábricas de cualquier cosa pero espectacularmente tecnificadas, alicatadas de robots hasta el techo y donde los seres humanos solo entren de vez en cuando para reparar a las máquinas.
Donde unos sueñan un futuro de exportación masiva de pepinos, calcetines y sillas de mimbre, yo prefiero soñar con la exportación masiva de bits, de palabras y de cosas pequeñitas o, quizás, grandes. Me da igual el tamaño pero, en densidad de valor y productividad, las quiero densas como el uranio. No me importa vestir con camisetas tejidas en Vietnam, porque deseo que los vietnamitas viajen en trenes de alta velocidad fabricados en España, hagan sus transferencias internacionales a través de sistemas desarrollados en España y estudien inglés con una app española.
Si otros países hacen camisetas bonitas y manzanas jugosas a un precio mucho menor que el de aquí, bienvenidos sean2. Prefiero ir allí a diseñarles grandes proyectos de infraestructuras, a venderles sistemas avanzados de defensa o a capturar una buena parte de su floreciente ecosistema financiero.
Si alguien aquí se anima a tejer camisetas o plantar manzanas, adelante, pero que afronte su aventura laboral o empresarial aceptando las limitaciones obvias a las que se va a enfrentar, porque el aviso de que esas cosas van a menos se lleva publicando, a los cuatro vientos, desde hace más de un siglo.
Hablando de siglos, llevamos ya consumida una cuarta parte del XXI y, de pronto, parecería que estamos de nuevo en el XVIII: oyes a unos preocupados por la exportación de mercaderías básicas y a otros que si los lobos bajan de las montañas y atacan al ganado.
Y pensar que hace dos días solo se hablaba de Bitcoin.
Y las necesidades estratégicas, pero ese es otro tema.
Sé que hay mucho que hablar y discutir sobre condiciones laborales, estándares de sanidad alimentaria, impacto ambiental y un largo etcétera pero, por un rato, te pido que no dejes que los árboles te impidan ver el bosque.