¿Trabajar de ocho a tres? ¿No será mejor trabajar sin horario?
Se está hablando mucho del artículo de El País sobre el horario de 08:00 a 15:00 que introdujo Iberdrola hace unos años. En general, sólo parece haber dos opiniones al respecto: “Eso no es posible aquí” y “Es la mejor fórmula posible”. Creo que caben matices. Muchos matices.
Para los que piensan que un cambio de horario así no es viable en su organización por una cuestión cultural, les recomiendo que se lo piensen dos veces: cualquier oficina puede adoptar ese horario (o cualquier otro similar) si existe la voluntad de hacerlo entre las personas que deben acordarlo.
Las inercias y los prejuicios son duros, sí, pero no son más que eso, porque no hay obstáculos reales. Distinto sería el caso de quienes puedan argumentar que las necesidades concretas de su organización no les permiten acabar el día a las tres de la tarde. Pero, eso sí, esa afirmación tiene que venir soportada por datos, como que más de la mitad de la interacción diaria se realice con EEUU o LatAm, por ejemplo. Vamos, en cuatro sitios.
Más complicado me parece debatir con quienes piensan que el horario de ocho a tres es la panacea. La publicación de este artículo ha polarizado las conversaciones: se compara el horario de 08:00 a 15:00 con los desquiciantes horarios que imperan en muchos sitios, donde las jornadas se alargan, inexplicablemente, hasta bien entrada la noche. Claro, en esa comparación, el horario de Iberdrola (y el de tantos funcionarios) gana por goleada. Pero el tema es que no son las dos únicas opciones posibles.
Vaya por delante que no creo en los horarios fijos. Esto de que me digan cuándo debo estar, a diario, en un sitio y a partir de qué hora ya soy libre de irme me resulta mucho más parecido a un tercer grado penitenciario que a una relación profesional.
Creo firmemente en la máxima flexibilidad horaria y, por supuesto, no tengo las “40 horas semanales” como un patrón básico al que hacer ajustes: lo que fue un logro para los obreros de principios del siglo XX no tiene por qué ser válido para mí, hoy.
Sobre esa base, un horario de ocho a tres sólo resuelve una parte del problema de la actual gestión del tiempo en las empresas. En algunos entornos, puede suponer una mejora significativa de la calidad de vida de los empleados, sin duda, pero si queremos llegar realmente lejos, quizá tendríamos que ser más ambiciosos.
¿Cómo suena la desaparición absoluta de los horarios? ¿Qué tal si nos olvidamos de las sacrosantas 40 horas? ¿Por qué no fomentamos ir a la oficina sólo lo mínimo imprescindible?
Una serie de dudas que me asaltan:
Si, hoy, a las 11:00 no estoy concentrado en el trabajo, ¿qué sentido tiene que me quede “cumpliendo mi horario en la oficina”, en lugar de irme a casa o a pasear y volver a intentarlo cuando tenga la mente más en sintonía con la tarea?
¿Por qué es mejor empezar a trabajar a las ocho de la mañana que aprovechar las primeras horas para hacer deporte o estudiar?
¿Y qué hago si hoy me apetece empezar a trabajar a las 06:30?
¿Acaso no ganamos todos si me voy de la oficina cuando no hay aún atascos y sigo trabajando en casa?
Si, a las 20:00, tengo que hablar con EEUU por Skype, ¿me quedo en la oficina o lo hago desde casa? ¿Puedo hacerlo desde un Starbucks? ¿O paseando por el Retiro?
A quienes ven como una quimera lo de trabajar de ocho a tres, esta fórmula les sonará como un auténtico colocón de LSD.
Es obvio que existen limitaciones a estos planteamientos: desde las personas muy junior que aún necesiten aprender a organizarse y desarrollar la responsabilidad personal, hasta las funciones de atención al público, soporte o, por supuesto, quienes trabajan por turnos.
Y sí, reconozco que al pensar en estas cosas me estoy mirando fijamente al ombligo: la ausencia total de horarios es óptima para los knowledge workers y mucho más compleja de aplicar en cuanto te sales de este ámbito. Pues, oye, empecemos por ahí, ¿no? Para el resto de funciones o circunstancias, busquemos fórmulas flexibles que huyan del mero presentismo y que minimicen la fricción entre tu trabajo y el resto de tu vida.
Ah, y por supuesto, seamos implacables contra quienes abusen del sistema. Si la ausencia de horarios y el no tener que ir a la oficina hacen que dejes de producir, pues mejor que seas improductivo en la cola del paro y así dejas tu puesto libre para alguien más responsable. ¿Suena duro? Lo contrario sí que suena duro en cuanto te paras a pensarlo un momento.