Más sobre la ausencia de horarios
Cuando, esta mañana, publiqué el artículo en el que hablaba de las jornadas laborales y la ausencia total de horarios, no tardaron en surgir reacciones en Twitter y FB.
Entre todas esas reacciones, llegó este tuit de José Manuel Alarcón, con quien siempre es agradable conversar en Twitter:
@manueldelgado En teoría eso sería lo mejor, pero en la práctica hay graves peligros.Mi opinión al respecto: http://t.co/sWqoOKe9PR :-)
— José M Alarcón Aguín (@jm_alarcon) diciembre 30, 2014
En el que apunta a este artículo donde expone su visión sobre los riesgos de la ausencia de horarios propiciada por las tecnologías que nos permiten trabajar en cualquier ubicación. A ese fenómeno, José Manuel lo llama hiper-conectividad y afirma que nos quita nuestros derechos:
Por otro lado está la eufemísticamente llamada "jornada flexible" combinada con la gestión por objetivos, que es la tendencia global en gestión de empresas desde hace mucho tiempo. Se utiliza mucho entre las grandes multinacionales, y en especial en las estadounidenses. Sobre el papel el concepto está muy bien […] La realidad es bien distinta. Todo el mundo que conozco con este tipo de "flexibilidad" debe trabajar mucho más de 40 horas semanales para conseguir los objetivos, que cada año aumentan si los logras, o te despiden si no es así. Así que, en efecto, tienen libertad de decidir su horario e ir a las reuniones del cole de los niños, pero el resultado final es que se pasan el día (y parte de la noche) trabajando.
Es incuestionable que son muchos quienes viven así. La “jornada flexible” y el “móvil de empresa” se han convertido en el grillete de muchos. Sin embargo, eso no es un problema de la ausencia de horarios: es un problema de los entornos de trabajo tóxicos y de los adolescentes intelectuales que reptan por nuestras oficinas. La demostración es que ese nivel de exigencia y esa desconexión con la realidad humana tendrían consecuencias igual de lamentables (¿incluso peores?) sobre la vida de esos empleados si estuvieran obligados a hacer su trabajo "encadenados" a una mesa, en un cubículo. En casos como los que describe José Manuel, la flexibilidad horaria se usa exclusivamente como golosina para endulzar el paso por un ambiente destructivo para la persona y que, más pronto que tarde, suele derivar en comportamientos no-éticos porque, al fin y al cabo, si para cumplir mis objetivos me tengo que destrozar la vida, no me va a importar destrozársela también a otros por el camino, ¿no? Lo que hay que corregir ahí no es el horario ni el lugar de trabajo, sino algo mucho más profundo y básico. Dice José Manuel que todos los que conoce con un horario flexible viven de esa forma que expone. Ya es mala suerte porque, en mi experiencia, la proporción no es esa, ni mucho menos. Más bien, todo lo contrario. Y, de hecho, a quienes conozco que viven más "puteados" y agobiados son quienes tienen unos horarios ultra-regulados, que nunca cumplen, escritos a fuego en unos extensísimos convenios de casi nula utilidad práctica en sus vidas. Un esquema de libertad de horarios debe darse en un ambiente de personas sensatas, con las prioridades tremendamente claras y con una profunda seguridad en sí mismos. Es un entorno basado en la responsabilidad, la profesionalidad y la ética, donde la auto-exigencia es el principal combustible del trabajo. Los habrá que vean ese ambiente que describo como una utopía irrealizable. Pues vale. Yo, mientras tanto, aspiro a crear un entorno así a mi alrededor. Si fuera fácil, no sería divertido.