IKEA, me echas de menos
Me echas de menos, IKEA. Yo no quería tener nada serio contigo pero, aun así, me convenciste para que me sacase tu tarjeta IKEA FAMILY. Creía que aquello iba a ser un a mera relación de conveniencia: yo te doy mis datos para que me conozcas mejor y puedas enviar comunicaciones comerciales y tú, a cambio, me acumulas puntos por mis compras futuras.
Está claro que tú esperabas algo más. Pequé de ingenuo, porque está claro que por algo las llaman tarjetas de fidelización. Querías fidelidad y no te la he dado. Por eso, me has mandado una newsletter para decirme que me echas de menos.
En cierto modo, tu newsletter ha sido un gesto muy humano. La has empezado con un “Hola, ¿estás ahí?” Ha sido bonito, como esos WhatsApps que recibes de vez en cuando desde un número que no figura en tu agenda: “Hey, hace mucho que no nos vemos, a ver si quedamos.” Parecía que me lo enviase un amigo del colegio al que llevo veinte años sin ver. Lo que me ha dejado un poco contrariado ha sido ese “¡Te echamos de menos!”. Ahí, has roto la magia, querida IKEA: si hubieras usado el singular, podrías haber oído el chispazo de emoción desde Suecia.
Sabes que soy un hombre muy ocupado, así que has intentado ponérmelo fácil. Te interesa saber por qué hace tiempo que no voy a verte y me has puesto a la vista tres opciones, bien grandes, en tres colores sacados de tu paleta de identidad visual corporativa:
Con esto, te has puesto ya un poco agresiva porque, claro, no cabe otra explicación más que alguna de esas tres, ¿verdad? Se te nota el enfado. Desde tu perspectiva, si hace tiempo que no sabes de mí, sólo puede ser porque:
Voy por tu barrio, pero soy un maleducado y no paso a saludar.
Mi vida es un desastre y voy perdiéndolo todo.
Necesito que me ayudes a entender qué hago en este mundo, porque lo he olvidado.
No se te ha ocurrido pensar, querida IKEA, que no eres un supermercado, ni una panadería de barrio, ni una gasolinera: eres una macrotienda de hogar y decoración organizada como el laberinto del minotauro. No puedo visitarte a menudo. De hecho, pueden pasar años entre cada visita. Sólo quería tu tarjeta por los puntos. Siento haberte dado esperanzas.
No sé cómo serán tus demás clientes, querida IKEA, pero, verás, yo no me puedo comprar un sofá cada semana, salvo que pretendas que use el anterior para hacer leña y dedique mi sueldo a ti. Tampoco puedo ir a verte para comprar sólo unas servilletas UTFÖRLIG o unas albóndigas KÖTBULLAR (Querida IKEA: ¿por qué escribes todos los nombres propios en mayúsculas? Parece que gritas.), porque vives muy lejos y el gasto en gasolina haría que tus albóndigas igualasen en coste a, qué sé yo, un solomillo de unicornio (tampoco podemos descartar que tus albóndigas contengan trazas de unicornio, visto tu historial).
Sólo quería contarte esto, querida IKEA, porque valoro lo nuestro. Me gustan tus muebles y tus precios, pero me gustaría que nos limitemos a eso. No intentes llevarlo más allá, porque no estoy preparado para más compromiso. Quizá, con la próxima mudanza, podamos darle un empujón a lo nuestro. Te gustará, ya verás. Y acumularé muchos puntos.